Sabemos que el proceso de comunicación comienza con la escucha, pero ¿sabemos escuchar bien? ¿entendemos cuando escuchamos? Quizá ese sea el primer gran problema al que nos enfrentamos y es que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida a escuchar para responder y no para comprender. Esto supone el principio para que las interacciones comunicativas que tengamos no sean efectivas. Si no comprendemos lo que el otro quiere decir, no vamos a poder ofrecer una respuesta acorde y eso pasa por escuchar bien.
Aprender a escuchar bien comienza con identificar qué tipo de oyente eres. Conocer cuál es tu estilo de escucha te permitirá estar al tanto de cómo escuchas y qué impacto tiene en tu comunicación.
Principalmente, existen 4 estilos de escucha que todos, en mayor o menor medida, tenemos.
Centrado en la persona | Sintonizas con los estados de ánimo de la persona |
Centrado en la acción | Valoras mensajes claros, sin errores y organizados |
Centrado en el contenido | Disfrutas de información compleja y desafiante |
Centrado en el tiempo | Quieres que la persona llegue al punto de la historia rápidamente. |
Desarrollar la capacidad de cambiar dinámicamente entre estos estilos puede conducir a conversaciones significativas con resultados impactantes, al hacer coincidir las necesidades del hablante con la técnica de escucha más adecuada. Podríamos decir que este es el primer paso para mejorar en tu escucha.
Escuchar bien=escuchar con propósito
Sin embargo, escuchar bien y convertirte en un oyente efectivo no solo significa que sepas cómo escuchas, sino que sepas qué hacer con ese estilo en cada momento de la conversación. Para ello, algunas habilidades que se pueden desarrollar y que crean esa idea de escuchar bien son establecer el propósito de tu escucha, reconocer cómo escuchas, saber quién tiene el foco de atención y adaptar tu estilo de escucha al propósito de la conversación.
Quizá no te hayas percatado, pero cuando escuchamos lo hacemos con diferentes propósitos. Unas veces es para aprender, otra para evitar el conflicto o como entretenimiento. Cuando entramos en una conversación lo hacemos porque tenemos un propósito con ella. Saber para qué escuchamos nos permite mantenernos en la conversación, aunque a veces nuestro estilo de escucha nos sabotee.
Los problemas con los estilos de escucha
Cuando las expresiones de emociones se encuentran con estilos de escucha centrados en la acción, u orientados al tiempo, podemos perder oportunidades para comprender mejor los valores y las preocupaciones subyacentes de nuestro interlocutor, o incluso obtener información procesable al ofrecer empatía. Al querer ir directos al grano en lo que nos está contando, perdemos la conexión con el hablante y una oportunidad para comprender por qué está pasando.
Además, en nuestro día a día, los diferentes estresores a los que estamos sometidos hacen que nuestra flexibilidad cognitiva se vea afectada. Esto impide la adaptación de nuestro estilo de escucha al contexto de la conversación en la que estamos inmersos dificultando la comprensión en lo que está diciendo nuestro interlocutor. El truco está en mantenerse enfocado en el orador y los objetivos del acto comunicativo en el que estás inmerso, lo que te ayudará a adaptarte a las necesidades de la situación.
También nos podemos encontrar en una situación en la que el emisor no sepa qué obtener de ella y sabiendo escuchar bien, podemos ayudar a compartir la vulnerabilidad, entender las emociones no analizadas y las presiones a las que nos vemos sometidos, iniciando el proceso de descubrimiento y metacognición del hablante.
Tomarse un par de segundos para hacer una pausa y pensar antes de dar una respuesta automática puede ayudar a revelar una oportunidad más sutil e importante, además de transmitir al oyente que le comprendes.
Carl Rogers ya lo decía: La incapacidad del hombre para comunicarse es el resultado de su incapacidad para escuchar con eficacia.